lunes, 3 de mayo de 2010

para mi amigo slayer pc, y para mi hermano en la letra



Qué estará haciendo esta hora
mi andina y dulce Rita de junco y capulí;
ahora que me asfixia Bizancio,
y que dormita la sangre,
como flojo cognac, dentro de mi.
Dónde estarán sus manos que en actitud contrita
planchaban en las tardes blancuras por venir;
ahora, en esta lluvia que me quita las ganas de vivir.
Qué será de su falda de franela; de sus afanes; de su andar;
de su sabor a cañas de mayo del lugar.
Ha de estarse a la puerta mirando algún celaje,
y al fin dirá temblando: "¡Qué frío hay... Jesús!"
Y llorará en las tejas un pájaro salvaje.

miércoles, 28 de abril de 2010

POESIA PUNEÑA

EL VERSO DE ALEXANDRA TALAVERA MANRIQUE
La fascinación que provoca la lectura de un buen texto generalmente conlleva a la sucesión de otros eventos, eventos que son sugeridos en prosa o en verso, esta seducción que me provocó al leer “La historia de mi querido Vendrell” ahí por los finales de los noventa me condujo a buscar y luego llegar a la certeza de que en Puno, existían sentimientos privilegiados para la literatura y el arte en general.
En la poesía el tiempo y el espacio son variablemente desfasados del tiempo cronológico y el espacio topográfico, de ahí el gran acierto de Alexandra talavera Manrique, el de bocetear esferas y recintos imaginarios y virtuales de colores, aromas, sensaciones y eventos, que quedan exiliados del tiempo y el lugar. Una de las mejores muestras:
DEJO TODO HOY
.
Dejo
Tu
Nombre
Y
El
Mío
En el árbol de al lado
En el parque señalado
Y
Dejo también
En el lugar indicado
Las estaciones del año
La banca astillada
El libro deshojado
El suelo calmado
El sol extasiado
La rama quebrada
La noche constelada
Con lluvia derramada

Hoy
Dejo
Todo
Porque
Siento algo
De
Dentro
Para
Fuera
Que me dice
Que tengo que dejar
Esta solaz forma de amar
Que tu cuerpo
No vendrá
Que el amor
Ya escapó
.
Que
La banca
La pileta
Y
El mendigo corazón
Están invisibles para ti
Para la gente
Y
Para mí
Para el amor
En conclusión
O viceversa.

jueves, 22 de abril de 2010

ernesto sabato



Dice Sábato: "Puede parecer un acto de horrible esnobismo que tres crisis fundamentales de mi vida se sucedieran en París, pero efectivamente así fue. La primera se produjo en el invierno de 1935, cuando yo era un muchacho de 24 años. Desee 1930 milité en la Juventud Comunista, cuando la dictadura del general Uriburu. Abandoné estudios, familia y mis comodidades burguesas. Viví con nombre supuesto en La Plata, en cuyos suburbios estaban los dos frigoríficos más grandes del país, donde se explotaba despiadadamente a toda clase de inmigrantes, que vivían amontonados en tugurios de zinc, rodeados de pantanos de aguas podridas. Repartíamos manifiestos, participábamos de la organización de huelgas. Hacia 1933 fue ya secretario de la Juventud Comunista, cuando habían empezado mis dudas sobre el estalinismo, y entonces resolvieron mandarme a las Escuelas Leninistas de Moscú, a purificarme. Si hubiese ido, no habría vuelto jamás vivo. Tenía que pasar previamente por Bruselas, por un congreso contra el fascismo y allí supe con horrendos detalles de los "procesos" de Moscú. Me escapé a París, viví un invierno muy duro en la piecita de un compañero disidente, mientras el partido me buscaba. Logré volver a la Plata, donde proseguí mi carrera en física-metemática. Cuando terminé mi dieron una bourse para trabajar en el laboratorio Curie, donde trabajé durante casi un año y, allí en París, asistí a la ruptura del átomo de uranio, que se disputaban tres laboratorios: ganó la "carrera" un alemán. Pensé que era el comienzo del Apocalipsis. Viví en una confusión horrible, mientras escribía mi primera novela y cometí la infamia de dejar que Matilde se volviera a la Argentina con nuestro primer hijo, de pocos meses, mientras yo tenía una amante rusa. La tercera crisis fue consecuencia de todo esto, y de mi vínculo con los surrealistas: Domínguez, Matta, Wifredo Lam y otros. En otro día de invierno fuimos con Domínguez, a la tarde, al Marché aux Puces y volvimos después en el Metro hasta Montparnasse, donde tenía su estudio Domínguez. En la calle, ya era de noche, en un especie de nevisca, Domínguez se detuvo y me dijo:"¿Qué te parece si esta noche nos suicidamos juntos ?" No era una broma, era muy propenso, como lo probó años después. Yo me negué, aunque también me atraía el suicidio: me salvó mi instinto, y aquí estoy, junto a la Matilde de todos los tiempos, una de esas "mujeres fuertes de la Biblia", que está muriendo, en medio del dolor más profundo de mi vida, en el final de una existencia muy compleja." (Ernesto Sábato, 24 de enero de 1995)

Mi Hijo el Físico - Isaac Asimov




Su cabello era claro de un color verde manzana, muy apagado, muy pasado de moda. Se notaba que tenía buena mano con el tinte, como hace treinta años, antes de que se pusieran de moda los reflejos y las mechas.
Una sonrisa dulce cubría su rostro y una mirada tranquila convertía cierta vejez en algo sereno.
Y, en comparación, convertía en caos la confusión que la rodeaba en aquel enorme edificio gubernamental.
Una chica pasó medio corriendo a su lado, se detuvo y la observó con una mirada vacía y sorprendida.
—¿Cómo ha entrado?
—Estoy buscando a mi hijo, el físico.
La mujer sonrió.
—Su hijo, el...
—En realidad es ingeniero de Comunicaciones. El físico en jefe Gerard Cremona.
—El doctor Cremona. Bueno, está... ¿Dónde está su pase?
—Aquí lo tiene. Soy su madre.
—Bueno, señora Cremona, no lo sé. Tengo que... Su despacho está por ahí. Pregúnteselo al primero que encuentre. —Se alejó medio corriendo.
La señora Cremona movió la cabeza lentamente. Supuso que había ocurrido alguna cosa. Esperaba que Gerard estuviera bien. Oyó voces al otro extremo del pasillo y sonrió contenta. Pudo distinguir la de Gerard.
—Hola, Gerard —dijo al entrar en la habitación.
Gerard era un hombre grande que lucía todavía una buena cabellera en donde empezaban a verse las canas que no se molestaba en teñir. Dijo que estaba demasiado ocupado. Ella se sentía muy orgullosa de él y del aspecto que tenía.
En aquel momento, hablaba en voz muy alta con un hombre vestido con atuendo militar. No pudo distinguir el rango pero sabía que Gerard podía manejarlo bien.
Gerard levantó la vista y dijo:
—¿Qué quiere...? ¡Madre! ¿Qué haces aquí?
—Quedamos que vendría hoy a verte.
—¿Es jueves hoy? Oh, Dios, lo había olvidado. Siéntate, mamá, ahora no puedo hablar. Cualquier sitio. Cualquier sitio. Mire, general.
El general Reiner miró por encima del hombro y con una mano le tocó la espalda.
—¿Su madre?
—Sí.
—¿Tendría que estar aquí?
—En este momento, no, pero yo me hago responsable de ella. Ni siquiera sabe leer un termómetro de modo que no entenderá nada de todo esto. Mire, general. Están en Plutón. ¿Lo entiende? Están allí. Las señales de radio no pueden ser de origen natural de modo que deben proceder de seres humanos, de nuestros hombres. Tendrán que admitirlo. De todas las expediciones que hemos enviado más allá del cinturón de asteroides, una ha conseguido llegar. Y están en Plutón.
—Sí, comprendo lo que está diciendo, ¿pero no sigue siendo imposible? Los hombres que están ahora en Plutón salieron hace cuatro años con un equipo que no podía mantenerles con vida más de un año. Así es como lo veo yo. Su objetivo era Ganímedes y parecen haber recorrido ocho veces esa distancia.
—Exactamente. Y nosotros tenemos que averiguar cómo y por qué. Puede..., puede simplemente... que hayan conseguido ayuda.
—¿Qué clase de ayuda? ¿Cómo?
Cremona apretó con fuerza las mandíbulas como si estuviera rezando interiormente.
—General —dijo—, estoy poniéndome en una situación precaria pero es remotamente posible que hayan recibido la ayuda de seres no humanos. Extraterrestres. Tenemos que averiguarlo. No sabemos cuánto tiempo puede mantenerse el contacto.
—Quiere decir —(en el serio rostro del general apareció una inedia sonrisa)— que quizá se hayan escapado y que en cualquier momento puedan ser capturados de nuevo.
—Quizá. Quizá. El futuro entero de la raza humana quizá dependa de que sepamos exactamente lo que ocurre. De saberlo ahora.
—De acuerdo. ¿Qué es lo que quiere?
—Vamos a necesitar en seguida el ordenador Multivac del Ejército. Tiene que abandonar el trabajo que está haciendo en este momento y empezar a programar nuestro problema semántico general. Todos sus ingenieros de Comunicaciones tienen que abandonar cualquier trabajo y coordinarse con los nuestros.
—Pero, ¿por qué? No entiendo qué tiene que ver una cosa con la otra.
Una suave voz les interrumpió.
—General, ¿quiere un poco de fruta? He traído unas naranjas.
—¡Mamá! ¡Por favor! —exclamó Cremona—. ¡Después! General, es muy sencillo. En este momento Plutón está a una distancia de seis mil millones de kilómetros. Las ondas de radio tardan seis horas, viajando a la velocidad de la luz, para llegar de aquí a allá. Si decimos algo, tendremos que esperar doce horas hasta recibir una respuesta. Si ellos dicen algo y nosotros no lo entendemos y contestamos «qué» y ellos lo tienen que repetir..., perdemos todo un día.
—¿No hay forma de ir más rápido? —preguntó el general.
—Claro que no. Es la ley básica de la comunicación. Ninguna información puede transmitirse a mayor velocidad que la luz. Necesitaríamos meses para tener la misma conversación con Plutón que en pocas horas tendríamos nosotros ahora mismo.
—Sí, lo entiendo. ¿Y realmente cree que hay extraterrestres metidos en esto?
—Lo creo. Para ser sincero, no todos los que están aquí están de acuerdo conmigo. No obstante, estamos utilizando todos los recursos posibles para encontrar algún método de concentrar la comunicación. Tenemos que transmitir cuantas más señales posibles por segundo y esperar que consigamos lo que necesitamos antes de perder el contacto. Y ahí es donde necesito la Multivac y a sus hombres. Debe de existir alguna estrategia de comunicaciones que podemos utilizar para reducir el número de señales. Tan sólo el aumento del diez por ciento en la eficacia puede suponer un ahorro de una semana.
La suave voz interrumpió de nuevo.
—Dios mío, Gerard, ¿se trata de hablar un poco?
—¡Madre! ¡Por favor!
—Pero si lo estás enfocando todo al revés.
—Madre. —La voz de Cremona empezaba a traslucir una cierta impaciencia.
—Bueno, de acuerdo, pero si vas a decir algo y después esperar doce horas a que te respondan, es una tontería. No deberían hacerlo así.
El general emitió un bufido.
—Doctor Cremona, ¿quiere que consultemos a...?
—Un momento, general —dijo Cremona—. ¿A qué te estás refiriendo, mamá?
—Mientras esperas una respuesta —dijo la señora Cremona, seriamente— continúa transmitiendo y diles que ellos hagan lo mismo. Tú hablas continuamente y ellos hablan continuamente. Tú pones a alguien que escuche continuamente y ellos también hacen lo mismo. Si cualquiera de los dos dice algo que quiere una respuesta, puedes hacerlo, pero lo más probable es que te digan todo lo que necesites saber sin preguntar.
Ambos hombres se la quedaron mirando fijamente.
—Claro. Una conversación continua —susurró Cremona—. Sólo con un desfase de doce horas. Dios mío, tenemos que ponernos en marcha.
Salió de la habitación dando grandes zancadas y casi arrastrando al general. Al cabo de unos segundos volvió a entrar.
—Madre —dijo—, si me perdonas, creo que tardaré unas horas. Te mandaré a una de las chicas para que te haga compañía. O échate una siesta, si lo prefieres.
—No te preocupes, Gerard —contestó la señora Cremona.
—De todas formas ¿cómo se te ha ocurrido, mamá? ¿Qué te hizo pensar en esta solución?
—Pero, Gerard, todas las mujeres lo saben. Cualquiera de dos mujeres al videófono o simplemente cara a cara sabe que el secreto de hacer que se extienda una noticia es, sea lo que sea, hablar continuamente.
Cremona intentó sonreír. A continuación, y temblándole el labio inferior, salió.
La señora Cremona lo observó cariñosamente. Un hombre tan guapo, su hijo, el físico. A pesar de ser un hombre maduro e importante, todavía era consciente de que un chico siempre debe escuchar los consejos de su madre.

martes, 20 de abril de 2010

Palabras - Eduardo Galeano




Hace unos 15 millones de años, según dicen los entendidos, un huevo incandescente estalló en medio de la nada y dio nacimiento a los cielos y a las estrellas y a los mundos.


Hace unos 4 mil o 4 mil 500 millones de años, años mas años menos, la primera célula bebió el caldo del mar, y le gustó, y se duplicó para tener a quien convidar el trago.


Hace unos dos millones de años, la mujer y el hombre, casi monos, se irguieron sobre sus patas y alzaron los brazos y se entraron, y por primera vez tuvieron la alegría y el pánico de verse, cara a cara, mientras estaban en eso.


Hace unos 450 mil años, la mujer y el hombre frotaron dos piedras y encendieron el primer fuego, que los ayudo a defenderse del invierno.


Hace unos 300 mil años, la mujer y el hombre se dijeron las primeras palabras y creyeron que podían entenderse.


Y en eso estamos, todavía: queriendo ser dos, muertos de miedo, muertos de frío, buscando palabras...

Mi Vida con la Ola - Octavio Paz




Cuando deje aquel mar, una ola se adelanto entre todas. Era esbelta y ligera. A pesar de los gritos de las otras, que la detenían por el vestido flotante, se colgó de mi brazo y se fue conmigo saltando. No quise decirle nada, porque me daba pena avergonzarla ante sus compañeras. Además, las miradas coléricas de las mayores me paralizaron.


Cuando llegamos al pueblo, le expliqué que no podía ser, que la vida en la ciudad no era lo que ella pensaba en su ingenuidad de ola que nunca ha salido del mar. Me miro seria: "Su decisión estaba tomada. No podía volver". Intente dulzura, dureza, ironía. Ella lloro, grito, acaricio, amenazo. Tuve que pedirle perdón. Al día siguiente empezaron mis penas. ¿Cómo subir al tren sin que nos vieran el conductor, los pasajeros, la policía? Es cierto que los reglamentos no dicen nada respecto al transporte de olas en los ferrocarriles, pero esa misma reserva era un indicio de la severidad con que se juzgaría nuestro acto.


Tras de mucho cavilar me presente en la estación una hora antes de la salida, ocupé mi asiento y, cuando nadie me veía, vacié el depósito de agua para los pasajeros; luego, cuidadosamente, vertí en él a mi amiga.


El primer incidente surgió cuando los niños de un matrimonio vecino declararon su ruidosa sed. Les salí al paso y les prometí refrescos y limonadas. Estaban a punto de aceptar cuando se acerco otra sedienta. Quise invitarla también, pero la mirada de su acompañante me detuvo. La señora tomo un vasito de papel, se acerco al depósito y abrió la llave. Apenas estaba a medio llenar el vaso cuando me interpuse de un salto entre ella y mi amiga. La señora me miró con asombro. Mientras pedía disculpas, uno de los niños volvió abrir el depósito. Lo cerré con violencia.


La señora se llevo el vaso a los labios: -Ay el agua esta salada. El niño le hizo eco. Varios pasajeros se levantaron. El marido llamó al Conductor: -Este individuo echó sal al agua. El Conductor llamó al Inspector: -¿Conque usted echó substancias en el agua? El Inspector llamó al Policía en turno: -¿Conque usted echó veneno al agua? El Policía en turno llamó al Capitán: - ¿Conque usted es el envenenador? El Capitán llamó a tres agentes. Los agentes me llevaron a un vagón solitario, entre las miradas y los cuchicheos de los pasajeros. En la primera estación me bajaron y a empujones me arrastraron a la cárcel. Durante días no se me hablo, excepto durante los largos interrogatorios. Cuando contaba mi caso nadie me creía, ni siquiera el carcelero, que movía la cabeza, diciendo: "El asunto es grave, verdaderamente grave. ¿No había querido envenenar a unos niños?. Una tarde me llevaron ante el Procurador. -Su asunto es difícil -repitió-. Voy a consignarlo al Juez Penal. Así paso un año. Al fin me juzgaron. Como no hubo víctimas, mi condena fue ligera. Al poco tiempo, llego el día de la libertad. El Jefe de la Prisión me llamó: -Bueno, ya esta libre. Tuvo suerte. Gracias a que no hubo desgracias. Pero que no se vuelva a repetir, por que la próxima le costara caro... Y me miro con la misma mirada seria con que todos me veían.


Esa misma tarde tome el tren y luego de unas horas de viaje incómodo llegue a México. Tome un taxi y me dirigí a casa. Al llegar a la puerta de mi departamento oí risas y cantos. Sentí un dolor en el pecho, como el golpe de la ola de la sorpresa cuando la sorpresa nos golpea en pleno pecho: mi amiga estaba allí, cantando y riendo como siempre. -¿Cómo regresaste? -Muy fácil: en el tren. Alguien, después de cerciorarse de que sólo era agua salada, me arrojo en la locomotora. Fue un viaje agitado: de pronto era un penacho blanco de vapor, de pronto caía en lluvia fina sobre la máquina. Adelgace mucho. Perdí muchas gotas. Su presencia cambió mi vida. La casa de pasillos obscuros y muebles empolvados se llenó de aire, de sol, de rumores y reflejos verdes y azules, pueblo numeroso y feliz de reverberaciones y ecos.


Cuántas olas es una ola o como puede hacer playa o roca o rompeolas un muro, un pecho, una frente que corona de espumas! Hasta los rincones abandonados, los abyectos rincones del polvo y los detritus fueron tocados por sus manos ligeras. Todo se puso a sonreír y por todas partes brillaban dientes blancos. El sol entraba con gusto en las viejas habitaciones y se quedaba en casa por horas, cuando ya hacia tiempo que había abandonado las otras casas, el barrio, la ciudad, el país. Y varias noches, ya tarde, las escandalizadas estrellas lo vieron salir de mi casa, a escondidas. El amor era un juego, una creación perpetua. Todo era playa, arena, lecho de sábanas siempre frescas. Si la abrazaba, ella se erguía, increíblemente esbelta, como tallo liquido de un chopo; y de pronto esa delgadez florecia en un chorro de plumas blancas, en un penacho de risas de caian sobre mi cabeza y mi espalda y me cubrian de blancuras. O se extendía frente a mí, infinita como el horizonte, hasta que yo también me hacia horizonte y silencio. Plena y sinuosa, me envolvía como una música o unos labios inmensos. Su presencia era un ir y venir de caricias, de rumores, de besos. Entraba en sus aguas, me ahogaba a medias y en un cerrar de ojos me encontraba arriba, en lo alto del vértigo, misteriosamente suspendido, para caer después como una piedra, y sentirme suavemente depositado en lo seco, como una pluma. Nada es comparable a dormir mecido en las aguas, si no es despertar golpeado por mil alegres látigos ligeros, por arremetidas que se retiran riendo.


Pero jamás llegue al centro de su ser. Nunca toque el nudo del ay y de la muerte. Quizá en las olas no existe ese sitio secreto que hace vulnerable y mortal a la mujer, ese pequeño botón eléctrico donde todo se enlaza, se crispa y se yergue, para luego desfallecer. Su sensibilidad, como las mujeres, se propagaba en ondas, solo que no eran ondas concéntricas, sino excéntricas, que se extendían cada vez mas lejos, hasta tocar otros astros. Amarla era prolongarse en contactos remotos, vibrar con estrellas lejanas que no sospechamos. Pero su centro... no, no tenia centro, sino un vacío parecido al de los torbellinos, que me chupaba y me asfixiaba.


Tendido el uno al lado de otro, cambiábamos confidencias, cuchicheos, risas. Hecha un ovillo, caía sobre mi pecho y allí se desplegaba como una vegetación de rumores. Cantaba a mi oído, caracola. Se hacia humilde y transparente, echada a mis pies como un animalito, agua mansa. Era tan límpida que podía leer todos sus pensamientos. Ciertas noches su piel se cubría de fosforescencias y abrazarla era abrazar un pedazo de noche tatuada de fuego. Pero se hacia también negra y amarga. A horas inesperadas mugía, suspiraba, se retorcía. Sus gemidos despertaban a los vecinos. Al oírla el viento del mar se ponía a rascar la puerta de la casa o deliraba en voz alta por alas azoteas. Los días nublados la irritaban; rompia muebles, decia malas palabras, me cubria de insultos y de una espuma gris y verdosa. Escupía, lloraba, juraba, profetizaba. Sujeta a la luna, las estrellas, al influjo de la luz de otros mundos, cambiaba de humor y de semblante de una manera que a mí me parecía fantástica, pero que era tal como la marea.


Empezó a quejarse de soledad. Llene la casa de caracolas y conchas, pequeños barcos veleros, que en sus días de furia hacia naufragar (junto con los otros, cargados de imágenes, que todas las noches salían de mi frente y se hundía en sus feroces o graciosos torbellinos. Cuantos pequeños tesoros se perdieron en ese tiempo! Pero no le bastaban mis barcos ni el canto silencioso de las caracolas. Confieso que no sin celos los veía nadar en mi amiga, acariciar sus pechos, dormir entre sus piernas, adornar su cabellera con leves relampagas de colores. Entre todos aquellos peces había unos particularmente repulsivos y feroces, unos pequeños tigres de acuario, grandes ojos fijos y bocas hendidas y carniceras. No sé por que aberración mi amiga se complacía en jugar con ellos, mostrándoles sin rubor una preferencia cuyo significado prefiero ignorar. Pasaba largas horas encerrada con aquellas horribles criaturas.


Un día no pude más; eche abajo la puerta y me arroje sobre ellos. Ágiles y fantasmales, se me escapaban entre las manos mientras ella reía y me golpeaba hasta derribarme. Sentí que me ahogaba. Y cuando estaba a punto de morir, morado ya, me deposito en la orilla y empezó a besarme, y humillado. Y al mismo tiempo la voluptuosidad me hizo cerrar los ojos. Porque su voz era dulce y me hablaba de la muerte deliciosa de loas ahogados.


Cuando volví en mi, empecé a temerla y a odiarla. Tenia descuidados mis asuntos. Empecé a frecuentar los amigos y reanude viejas y queridas relaciones. Encontré a una amiga de juventud. Haciéndole jurar que me guardaría el secreto, le conté mi vida con la ola. Nada conmueve tanto a las mujeres como la posibilidad de salvar a un hombre.


Mi redentora empleo todas sus artes, pero, qué podía una mujer, dueña de un número limitado de almas y cuerpos, frente a mi amiga, siempre cambiante - y siempre idéntica a sí misma en su metamorfosis incesantes. Vino el invierno. El cielo se volvió gris. La niebla cayo sobre la ciudad. Llovia una llovizna helada. Mi amiga gritaba todas las noches. Durante el día se aislaba, quieta y siniestra, mascullando una sola silaba, como una vieja que rezonga en un rincón. Se puso fría; dormir con ella era tirar toda la noche y sentir como se helaba paulatinamente la sangre, los huesos, los pensamientos. Se volvió impenetrable, revuelta. Yo salía con frecuencia y mis ausencias eran cada vez mas prolongadas. Ella, en su rincón, aullaba largamente. Con dientes acerados y lengua corrosiva roía los muros, desmoronaba las paredes. Pasaba las noches en vela, haciéndome reproches. Tenía pesadillas, deliraba con el sol, con un gran trozo de hielo, navegando bajo cielos negros en noches largas como meses. Me injuriaba. Maldecía y reía; llenaba la casa de carcajadas y fantasmas. Llamaba a los monstruos de las profundidades, ciegos, rápidos y obtusos. Cargada de electricidad, carbonizaba lo que rozaba. Sus dulces brazos se volvieron cuerdas ásperas que me estrangulaban. Y su cuerpo verdoso y elástico, era un látigo implacable, que golpeaba, golpeaba, golpeaba.


Huí. Los horribles peces reían con risa feroz. Allá en las montañas, entre los altos pinos y los despeñaderos, respire el aire frío y fino como un pensamiento de libertad. Al cabo de un mes regresé. Estaba decidido. Había hecho tanto frío que encontré sobre el mármol de la chimenea, junto al fuego extinto, una estatua de hielo. No me conmovió su aborrecida belleza. Le eché en un gran saco de lona y salí a la calle, con la dormida a cuestas. En un restaurante de las afueras la vendí a un cantinero amigo, que inmediatamente empezó a picarla en pequeños trozos, que depositó cuidadosamente en las cubetas donde se enfrían las botellas.

jueves, 15 de abril de 2010


¿Veinte ya?

Veinte años han pasado desde aquella siesta en que decidí asomarme al mundo. Veinte años desde aquel domingo de Pascuas que casi me nombra Pascualina (gracias mamá y papá por no llevarle el apunte a la enfermera). ¿Será la fecha lo que fecundó mi pasión por el chocolate? No sé... pero hoy tengo veinte años y todavía no me he dado cuenta.

Me gusta cumplir años. Me gusta elegir el menú del día, romper papeles, encontrar un lugar en la habitación para cada regalo (aunque no sean muchos), recibir muchos mensajes y llamadas. Me gusta sentir que la gente se acuerda de mí. Sobre todo aquellos que sorprenden con sus saludos. Me gusta. Y por eso siempre estoy esperando mi cumpleaños. Este año no me di cuenta, y mi día ya estaba aquí. La facultad (y el llevar todo al día y lo mejor posible) me está quitando gran (enorme, inmensa) parte de mi tiempo, por lo que ya duermo cada vez menos, tomo tres cafés por día, mi cuarto es un cementerio de papeles, cartones, impresiones por todos lados, me paso el día corriendo, acelerada... y todos los gajes de la vida del estudiante de este tipo de carreras. No tuve tiempo de pensar que se acercaba mi cumpleaños. No tenía tiempo de cumplir años. No quería cumplirlos en esta semana precisamente. Tenía demasiadas cosas que hacer, y demasiadas cosas en la cabeza. Todos deberes y obligaciones, claro.

Tuve que empezar mis veinte añitos en la casa de una compañera después de 8 horas en la facultad, seguidas directamente por la realización de un catálogo de papeles que nos tuvo hasta las 2 de la mañana cortando y pegando papelitos. Lógico, a esa hora ya no hay colectivos así que dormí ahí, me cantaron el cumpleaños feliz, soplé un fósforo que pusimos sobre un alfajor MiniTorta y así empecé. Dormí unas pocas horas y de nuevo a la facultad, con la misma ropa del día anterior, más una bufanda que me acababan de regalar, y sin mi cepillo de dientes. Pero feliz. Llena de llamados, mensajes y abrazos.

No iba a tener tiempo ni de darme cuenta que son veinte los años que cumplo porque no me daba el tiempo de llegar a mi casa, seleccionar fotos, ir al centro a imprimirlas, volver a darles la edición con tintas encima... ufff... encima desvelada... ay, no... que me perdone Lenguaje Visual II, pero sólo porque es mi cumpleaños mañana no voy a ir y hoy voy a descansar.

miércoles, 14 de abril de 2010


Los diez mejores poemarios
Según el consenso de la crítica (que intentamos reproducir en este recuento) Teoría de los cambios (Sol Negro) de Enrique Verástegui es el más importante poemario publicado en el Perú durante el año 2009. En realidad, más que la calidad literaria, lo que se reconoce en este libro es el retorno a la poesía de uno de nuestros más talentosos escritores, después de una serie de incursiones en el ámbito de la ciencia (que no fueron tomadas en serio por los especialistas en esas materias). Los poemas breves y sencillos de Teoría de los cambios, muestran a un poeta sereno y que comienza a tomarse a sí mismo con saludable buen humor.

Hay también mucho de reivindicación en las preferencias por el poemario Ángeles detrás de la lluvia (Húnikos) Tulio Mora, un libro breve, de apenas tres poemas, dedicados a tres “poetas malditos” (se puede leer el libro completo en el blog Caza sutil). Los textos no siempre logran trascender el ejercicio retórico (poemas para elogiar al poeta al que se toma de modelo), pero llamaron la atención de aquellos críticos que actualmente impulsan un “redescubrimiento” del grupo Hora Zero y sus integrantes (entre los que figuran Verástegui y Mora). Algo similar sucedió con Tren bala (San Marcos), el cuarto poemario póstumo de Pablo Guevara, todos ellos recibidos por los reseñistas con mucho más entusiasmo que los libros que el mismo Guevara publicara en vida.

Mucho más arriesgada es la opción de la crítica por otros dos libros. El primero es Amanecidas violentas de mundos (Sol Negro) de José Pancorvo, un buen poemario pero de difícil lectura, pues reúne elementos sumamente diversos, desde las citas eruditas y hasta el lenguaje coloquial, desde la retórica barroca hasta ciertos recursos vanguardistas. El segundo es Nocturama (AUB) de Diego Otero, un sólido conjunto de poemas que apelan a las más modernas técnicas literarias para reflexionar sobre las experiencias de la generación que vivió su adolescencia en los años noventa.

Entre los libros publicados en el 2009 por poetas reconocidos habría que destacar a Dorada Apocalypsis (Intermezzo Tropical) de Domingo de Ramos y El lenguaje es un revólver para dos (PUCP) de Mario Montalbetti. Además confirmaron ser poetas de interés Andrea Cabel con Uno rojo (PUCP), Alejandro Susti con Cadáveres (Mesa Redonda) y Julio del Valle, con El instinto de la memoria (estruendomudo).

También se publicaron importantes antologías: Poesía vanguardista peruana (PUCP, 2 tomos) de Luis Fernando Chueca, La poesía del siglo XX en el Perú (Visor) de José Miguel Oviedo, Hora Zero. Los broches mayores del sonido (Fondo Editorial Cultura Peruana) de Tulio Mora y Poetas peruanas de antología (Mascapaycha) de Ricardo González Vigil, entre otras.

martes, 6 de abril de 2010



OLIVERIO GIRONDO

Vuelo sin orillas

Abandoné las sombras,
las espesas paredes,
los ruidos familiares,
la amistad de los libros,
el tabaco, las plumas,
los secos cielorrasos;
para salir volando,
desesperadamente.

Abajo: en la penumbra,
las amargas cornisas,
las calles desoladas,
los faroles sonámbulos,
las muertas chimeneas
los rumores cansados,
desesperadamente.

Ya todo era silencio,
simuladas catástrofes,
grandes charcos de sombra,
aguaceros, relámpagos,
vagabundos islotes
de inestable riberas;
pero seguí volando,
desesperadamente.

Un resplandor desnudo,
una luz calcinante
se interpuso en mi ruta,
me fascinó de muerte,
pero logré evadirme
de su letal influjo,
para seguir volando,
desesperadamente.

Todavía el destino
de mundos fenecidos,
desorientó mi vuelo
-de sideral constancia-
con sus vanas parábolas
y sus aureolas falsas;
pero seguí volando,
desesperadamente.

Me oprimía lo flúido,
la limpidez maciza,
el vacío escarchado,
la inaudible distancia,
la oquedad insonora,
el reposo asfixiante;
pero seguía volando,
desesperadamente.

Ya no existía nada,
la nada estaba ausente;
ni oscuridad, ni lumbre,
-ni unas manos celestes-
ni vida, ni destino,
ni misterio, ni muerte;
pero seguía volando,
desesperadamente.

JULIO CORTAZAR
OBJETOS PERDIDOS

Por veredas de sueño y habitaciones sordas
tus rendidos veranos me aceleran con sus cantos
Una cifra vigilante y sigilosa
va por los arrabales llamándome y llamándome
pero qué falta, dime, en la tarjeta diminuta
donde están tu nombre, tu calle y tu desvelo
si la cifra se mezcla con las letras del sueño,
si solamente estás donde ya no te busco.
Mendoza, Argentina 1944
La mufa
Vos ves la Cruz del Sur,
respirás el verano con su olor a duraznos,
y caminás de noche
mi pequeño fantasma silencioso
por ese Buenos Aires,
por ese siempre mismo Buenos Aires.
Quizá la más querida

Me diste la intemperie,
la leve sombra de tu mano
pasando por mi cara.
Me diste el frío, la distancia,
el amargo café de medianoche
entre mesas vacías.

Siempre empezó a llover
en la mitad de la película,
la flor que te llevé tenía
una araña esperando entre los pétalos.

Creo que lo sabías
y que favoreciste la desgracia.
Siempre olvidé el paraguas
antes de ir a buscarte,
el restaurante estaba lleno
y voceaban la guerra en las esquinas.

Fui una letra de tango
para tu indiferente melodía.
Una carta de amor
Todo lo que de vos quisiera
es tan poco en el fondo
porque en el fondo es todo

como un perro que pasa, una colina,
esas cosas de nada, cotidianas,
espiga y cabellera y dos terrones,
el olor de tu cuerpo,
lo que decís de cualquier cosa,
conmigo o contra mía,

todo eso es tan poco
yo lo quiero de vos porque te quiero.

Que mires más allá de mí,
que me ames con violenta prescindencia
del mañana, que el grito
de tu entrega se estrelle
en la cara de un jefe de oficina,

y que el placer que juntos inventamos
sea otro signo de la libertad